Un día como hoy, hace 272 años, murió un hombre grande.
El Museo Naval de Madrid inaugura la exposición “Blas de Lezo: el valor de Mediohombre”, el 18 de septiembre, en la Semana Naval de la armada.
BLAS DE LEZO (Pasajes, 1689 – Cartagena de Indias1741)
Nacido el 3 de febrero de 1689 en Pasajes, una localidad vasca de tradición marina, en el seno de una familia con linaje, Blas de Lezo, aún adolescente, se embarcó como guardiamarina, decidido a desarrollar su carrera como oficial dela Armada. Era el inicio de una destacada vida militar en la que alcanzó la gloria, y sin embargo fue relegado al olvido.
Empezó luchando en la Guerra de Sucesión, enrolado en la escuadra franco-española enfrentada a la anglo-holandesa, fruto de la rivalidad entre la dinastía de los Borbones y los Austrias para acceder a la corona española tras la muerte, sin descendencia, de Carlos II, último de los Habsburgo.
Con solo 25 años, y bajo diferentes batallas de la misma guerra, había perdido, sucesivamente, la pierna izquierda por bala de cañón, uno de sus ojos a causa de una esquirla y el brazo derecho, que le quedo yerto de un mosquetazo. Sus hazañas le trajeron sucesivos reconocimientos y ascensos. Comenzaba así la leyenda del “Almirante Patapalo” o “Mediohombre”, dos apelativos que hacían alusión a su anatomía disminuida, resultado de su acrecentado arrojo.
A continuación fue destinado a los Mares del Sur con objeto de terminar con los corsarios y piratas que obstaculizaban el tráfico de ultramar español. También se enfrentó al estado de Génova para exigirle un pago que debía a las arcas españolas, y participó más tarde en la conquista de Orán.
Pero aún le quedaba la misión más difícil y su última gran gesta, la defensa de Cartagena de Indias. Los ingleses ansiaban conquistar y liderar las posesiones y el monopolio comercial de España en el Nuevo Mundo. Apenas podían disimular su voracidad y anhelo por sustituir a España en su hegemonía colonial.
Utilizaron como excusa el incumplimiento de los acuerdos del tratado de Utrech. El incidente de “la oreja de Jeckins” fue el desencadenante. Un guardacostas español había apresado, a la altura de Florida, un barco contrabandista ingles comandado por Robert Jeckins, y según el dudoso testimonio del corsario inglés, el capitán español, Juan León Fandiño, tras cortarle una oreja -castigo bastante ligero para lo que se acostumbraba- le había transmitido un mensaje: “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. El suceso fue tomado como una ofensa al honor nacional, y tras declarar la guerra a España, las tropas inglesas se dispusieron a atacar el imperio colonial español.
El almirante Vernon, animado por la reciente conquista de un indefenso Portobelo, se propuso sitiar Cartagena de Indias, punto geoestratégico para el deseado dominio de la Nueva América. Hacia allí se dirigió con la mayor flota que hasta entonces había surcado los mares, compuesta de alrededor de doscientos navíos y veinticuatro mil combatientes, solo superada, según cuentan los expertos, en el desembarco de Normandía. Las defensas en Cartagena no pasaban de tres mil hombres y seis embarcaciones. Pese a la disparatada desproporción entre los dos bandos, Lezo combinó agudo ingenio y admirable coraje para alcanzar una de las victorias más dignas de elogio de la historia.
Al relamido Vernon, conocido por sus innumerables pelucas y su mediocridad, de nada le sirvió su superioridad material y numérica frente al irreductible vasco, que con su valor y capacidad táctica impidió la invasión británica.
El uso de balas encadenadas que desarbolaban los barcos ingleses dejándolos inutilizados; el cubrimiento de las murallas con sacos de tierra que absorbían los impactos y evitaban las esquirlas; la quema incluso de sus propios buques para obstaculizar el paso del atacante y la cava de un foso alrededor del fuerte que dejaba las escalas del enemigo cortas para el ascenso, unido a otras maniobras de espionaje, engaño y distracción, sin olvidar las agallas y tenaz resistencia de los defensores, fue decisivo para vencer una batalla que a todas luces los ingleses daban por ganada.
Tanto es así que Inglaterra celebró con anticipación la victoria y mando acuñar una moneda conmemorativa en la que se representaba a Lezo arrodillado ante el almirante ingles, con la inscripción: “El orgullo español humillado por Vernon”. Pero la historia mantuvo erguido a Mediohombre, y arrojó a sus pies al consternado Vernon, obligado a dar orden de retirada apenas tres meses después del ataque.
La misma arrogancia y soberbia que primero llevo al pueblo ingles a preludiar un éxito no cumplido, les hizo después acallar la calamitosa derrota. Jorge II prohibió toda crónica alusiva al hecho.
Blas de Lezo murió al poco tiempo en Cartagena de Indias, el 7 de septiembre de 1741. No se conoce bien la causa, quizá las heridas y el esfuerzo del inusitado despliegue defensivo, quizá alguna enfermedad propia del trópico o producto de la alfombra de cadáveres que quedaron sin enterrar. Lo que sí se sabe es que este héroe, generoso y valiente, a la altura de los más grandes marinos y estrategas de la historia, murió solo y defenestrado por la corte, y que ese ostracismo se ha prolongado durante casi tres siglos.
Las desavenencias en la defensa de Cartagena entre el virrey Sebastián Eslava y el Almirante Lezo, llevaron al primero a enviar información envenenada al monarca español, para ponerlo en contra de aquel. Quizá el desmemoriado Felipe V no recordara que su fiel súbdito, Blas de Lezo, había quedado cojo, manco y tuerto defendiendo su reinado como primer Borbón de España. Desoyó incluso sus explicaciones frente a los agravios de Eslava. Y mientras éste se llevó todo el crédito, Blas de Lezo fue destituido de su cargo y enterrado sin honores. Ni siquiera se conoce el lugar en que descansa. Hay quien piensa que pudo ser sepultado en el cementerio militar del antiguo Convento de San Francisco. Su hijo Don Blas de Lezo y Pacheco consiguió que Carlos III rehabilitara su nombre.
Vernon, a pesar de su incierta gloria, fue enterrado en el panteón de los héroes de la Abadía de Westminster. En su tumba reza una frase tramposa “en Cartagena conquistó hasta donde la fuerza naval pudo llevar la victoria”. Vergonzosamente y en paralelo, el Teniente General Blas de Lezo obtuvo por todo reconocimiento, y a titulo póstumo, el marquesado de Ovieco.
Medio siglo después de la estrepitosa derrota inglesa en Cartagena, la victoria del Almirante Nelson en la batalla de Trafalgar contra las flotas franco-españoles devolvió el orgullo a los británicos y les sirvió para enterrar aún más su inconfesable fracaso. En Inglaterra se ensalza a Nelson y su monumental efigie domina la universal plaza londinense. Nuestro país no ha vanagloriado a Blas de Lezo y ningún rincón de Madrid ha adoptado aún su nombre.
El silencio inglés, deseoso de esconder su humillación, y el español, aún más ruin por ingrato, han contribuido a que su proeza haya permanecido oculta. Así la épica batalla de Cartagena de Indias apenas ha trascendido del ámbito de los libros y archivos de la historia militar, resultando un hecho desconocido para el gran público. Queda así constancia del descuido de los Borbones y de España hacia este héroe nacional que defendió con su vida la Corona y la integridad de su Imperio, alargando su hegemonía por más de medio siglo en el escenario internacional.
La Armada Española sí ha sabido conservar la memoria de este gran militar. Diferentes buques han llevado su nombre, y cuelga un distintivo en su honor en el Panteón de Marinos Ilustres en San Fernando de Cádiz. Algunas localidades españolas también le honran con calles a su nombre o placas recordando su hazaña. Asimismo Cartagena de Indias le rinde homenaje con una colosal estatua frente a la fortaleza de San Felipe.
No obstante parece que, por fin, empiezan a propagarse los ecos de la titánica batalla, y la figura de este hombre insigne comienza a recibir los merecidos honores nacionales que hasta ahora le habían negado.
Los ingleses, pese a sus denodados esfuerzos por maquillar la historia, no consiguen librarse del fantasma de su evidente revés. Durante la sonada celebración del segundo centenario de la victoria de Trafalgar, España participó con la fragata Blas de Lezo. Y lo que es más importante, cumpliéndose la última voluntad del valeroso almirante, hay una inscripción grabada en la fortificación de Cartagena de Indias que mantiene vivo el recuerdo de este suceso histórico: Aquí España derrotó a Inglaterra y sus colonias. Cartagena de Indias, Marzo de 1741.
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Me parece fabulosa la historia y es fascinsnte ver sus escritos muchas gracias por compartirlos.
Gracias a ti, Liliana, por visitar mi blog!