El testamento ológrafo de Alfred Nobel

Desde 1901, excluidos los dos periodos correspondientes a sendas guerras mundiales, cada 10 de Diciembre, aniversario de la muerte de Alfred Nobel, se otorgan los premios que llevan su nombre.

Este químico sueco (1833-1896), hijo de un ingeniero del que heredó la pasión por la tecnología, dedicó su vida a la investigación en el campo de los explosivos. Patentó sus numerosos descubrimientos, entre ellos la dinamita, y creó compañías y laboratorios por toda Europa para su fabricación y comercialización.

En una época fecunda en construcciones portuarias y ferroviarias y en extracciones minerales, gracias a Nobel la indómita e insegura nitroglicerina fue sustituida por controladas detonaciones de dinamita. Sus experimentos contribuyeron así a la reducción de accidentes y al progreso en los campos de la ingeniera y minería, si bien alimentaron igualmente la industria militar y de defensa.

Con su imperio Alfred Nobel acumuló riqueza pero también sembró impopularidad. En Francia llegó a ganarse el calificativo de mercader de la muerte. El origen fue la balistita, un tipo de pólvora que Nobel fabricó y patentó. La carrera armamentista entre las naciones europeas, por un lado, y los intereses financieros del industrial, por otro, desataron en el país galo, en el que por entonces residía, una campaña en su contra. Como consecuencia, Nobel se trasladó a la Riviera italiana, en donde instauró otro más de sus laboratorios y pasó los últimos años de su vida.

Prolífico inventor e incansable hombre de negocios, también era un ávido lector, le gustaba escribir y dominaba varias idiomas. Siempre le acompañó una delicada salud, fruto en parte de su intensa actividad. Viajaba frecuentemente sin tiempo para crear un verdadero hogar. Sus casas se hallaban diseminadas por seis países.

No se casó ni tuvo hijos, pero mantuvo un prolongado idilio de casi dos décadas con la vienesa Sophie Hess, a quien conoció cuando ella contaba con veinte años y él le doblaba en edad. Nobel intentó en vano estimular intelectualmente a la joven, más interesada por las joyas, vestidos, estancias en balnearios y otros beneficios materiales que Nobel espléndidamente le procuraba. Las diferencias entre ambos derivaron en un inevitable distanciamiento. Las intimidades de su romance quedaron reflejadas en una extensa correspondencia entre ambos, que a la muerte de Nobel y para proteger su reputación, pudo rescatarse de las manos de Sophie a cambio de una generosa asignación anual.

Alfred Nobel contaba con las características propias de un hombre abocado al éxito social (educado, inteligente, acaudalado) y sin embargo desarrolló una vida personal de reclusión. Se le ha descrito como una persona solitaria. Algunos de sus biógrafos coinciden en que le horrorizaba cualquier tipo de alarde o exhibicionismo, no era hombre de apariencias, recelaba de los políticos, abogados y periodistas, y esquivaba la publicidad.

Entre sus escasas amistades destaca la que mantuvo con Bertha Von Suttner, activista incansable en defensa del pacifismo, que probablemente inspiró al filántropo en la inclusión del galardón a favor de la Paz. Ella misma lo recibió en 1905.

Se le ha descrito como un hombre contradictorio o lleno de paradojas: Un triunfador que sin embargo no se sentía integrado. Un patriota que pasó la mayor parte de su vida fuera de Suecia. Un científico e inventor sin grado universitario. Un defensor de la vida familiar que no llegó nunca a construir la suya. Un industrial que hizo fortuna con la guerra pero enalteció la paz.

En su testamento, quizá para compensar los sinsabores del desprestigio que desde algunos sectores había recibido, quizá para difuminar los efectos perjudiciales de sus inventos, legó la mayor parte de su capital (treintaiún millones SEK) a la creación de una Fundación que otorgara cinco premios anuales a la excelencia en cinco campos: Física, Química, Medicina, Literatura y Paz.

Nombró como albaceas a los ingenieros Ragnar Sohlman y Rudolf Lilljequist, hombres de su confianza que trabajaban para él, y que cumplieron su voluntad no sin dificultades, debidas a la oposición de algunos familiares que impugnaron el testamento y de diversas autoridades que lo cuestionaron. Cinco años después se instauraron finalmente los premios.

Nobel había muerto solo en San Remo, acompañado únicamente de sus sirvientes. Ni siquiera Sohlman consiguió llegar a tiempo.

Durante su vida se enfrentó a múltiples contratiempos: la enfermedad (problemas respiratorios y cardiacos), diversos accidentes en sus fábricas (en una explosión de nitroglicerina murió su propio hermano), la perdida progresiva de sus familiares más cercanos y los problemas propios de un magnate, pero según Sohlman, era un hombre de férrea perseverancia, y la fuerza de sus convicciones le impulsaban a superar dificultades de todo tipo. Podía reaccionar de forma irascible cuando algo o alguien le importunaba. Era exigente con sus empleados, y aunque generoso con sus asistentes, se mostraba estricto y reservado. Una ojeada a su escritura nos corrobora las palabras de un hombre que le conocía bien.

Primera página (cuatro en total) del testamento de Alfred Nobel, fechado en París el 27 de noviembre de 1895.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Testamento completo y transcripción del mismo en:  http://www.nobelprize.org/alfred_nobel/will/will-full.html

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